jueves, 26 de enero de 2012

ser o no ser homosexual



para empezar debo decir que estoy tomando este texto del blog :

 GSN diversityblog y originalmente se llamaba ser o no ser lesbiana pero quise darle un giro pero doy reconocimiento al blog original y les dejo el link para que lo chequen: 




Los primeros rayos de luz que se filtraban a través de las cortinas despertaron a Eduardo. Tardó unos segundos en volver a la realidad. Cuando cayó en que estaba desnudo junto a Cristian, con un brazo alrededor de su cintura, se le llenaron los ojos de lágrimas. El pánico y la melancolía se apoderaron de el. ¿Realmente lo había hecho? ¿Realmente se había acostado con el? Aunque recordaba perfectamente la noche anterior, parte de el deseaba que hubiera sido un sueño. De repente, aquellas sábanas tan elegantes eran una prisión; necesitaba salir de aquella cama antes de que Cris lo viera llorar. ¿Por cómo iba a apartar su extremidad de el sin que lo notara? Ahogó su llanto contra la almohada. ¿Por qué se había tenido que dejar llevar y cometer un error tan horrible?


Minutos después, el despertador de Cris lo sobresaltó. El  rubio gruñó y se volvió para apagarlo. Se desesperó con languidez y se incorporó.

-Buenos días –saludó a Eduardo con desenfado.

-Buenos días –el moreno forzó una sonrisa.

-¿Quieres desayunar?

Se planteó decir que no y echar a correr tan rápido como supiera, pero no fue capaz. La situación ya era lo bastante incómoda. Además, tenía hambre.

-Sí, claro –asintió.

-Vale –bostezó Cristian al levantarse- ¿Te parecen bien unas tostadas?

-Mhmm.

Ambos se vistieron rápidamente. Eduardo se preguntó si el sería el único que evitaba mirar al otro. Su desnudez lo avergonzaba increíblemente, no porque estuviera acomplejado por su cuerpo, sino que era un miedo mucho más irracional.

Tuvo la sensación de que habían pasado cien años cuando el olor del pan crujiente invadió el salón. A pesar de tener una amplia variedad de mermeladas para elegir, como un colorido centro de mesa, se limitó a untarse la más cercana sobre la tostada, distraído y sin mucho afán. Por el rabillo del ojo, vio a Cristian levantarse al sonido de la cafetera. Por lo menos cinco segundos de libertad, suspiró.

-¿Café?

Sacudió la cabeza. Lo único que quería era terminarse la tostada e irse.

-Se te ve muy cansado –observó Cris.

-Sí. Aún es muy temprano.

-Ya. Me gusta levantarme pronto los sábados para hacer la compra.

-Ya veo –se obligó a canturrear Eduardo.

Tenía la vista fija en lo que quedaba del pan; el pelo oscuro le protegía la cara. Su mayor temor era echarse a llorar si miraba directamente a Cristian. En cuanto acabó de comer, se levantó y recogió sus cosas. el rubio lo observo con el ceño fruncido por la confusión.

-¿Estás bien? –preguntó.

-Sí, ehm, tengo prisa…

-Ah. Bueno, entonces… ya te veré luego.

-Sí, ¡hasta luego!

Le dio un besito rápido en la mejilla antes de huir por la puerta. El rubio suspiró. Aquella había sido la mañana de después más incómoda que jamás había vivido.

Afuera, Eduardo respiró hondo. El aire fresco de la mañana en la cara le resultó refrescante. No tener que preocuparse de Cristian era un gran alivio. Sin embargo, su alma aún estaba preocupada y dolorida. Cada vez que pensaba en la noche anterior, una punzada de vergüenza y culpa le atravesaba el corazón. Necesitaba hablar con alguien urgentemente, y sólo le vino a la mente una persona.

-¡Ah, hola Eduardo! ¡Qué sorpresa! –lo saludó Salvador con una sonrisa.

El moreno era probablemente la última persona que se esperaba encontrar a su puerta un sábado tan temprano. Eduardo se mordió nervioso el labio inferior.

-¡Hola! ¿Puedo pasar?

Su interlocutor frunció el ceño ligeramente. Al ver a su amigo así, con los ojos moviéndose en todas direcciones y los dedos jugueteando con el borde del traje, tuvo la impresión de que sucedía algo.

-¡Claro!

Eduardo inspiró y entró. Sólo habló cuando Salvador cerró la puerta tras el.

-Sólo… necesitaba hablar.

-¡Oh! –el otro chico levantó una ceja- Claro, ven aquí.

Se sentó en el sofá de cuero y dio una palmadita al espacio junto a el. el otro  hombre arrastró los pies y se le unió. Por un momento, Salvador pensó en ofrecerle algo de beber, pero le pareció tan ansioso que creyó que lo que tuviera que decirle sería urgente. Una de las cosas que le llamaron la atención fue el  traje que llevaba. Muy elegante para la mañana. Eso, aparte, parecía indicar que acababa de volver de una fiesta que no había ido muy bien. Lo miró expectante mientras respiraba hondo. El pobre chico no sabía por dónde empezar.

-Sólo necesitaba hablar con alguien –repitió- Es algo muy personal. Espero que no te moleste.

-¡Pues claro que no, amigo! –con una sonrisa tierna y alentadora, le apretó la mano a Eduardo- ¡Adelante!

El moreno se frotó la frente y comenzó a hablar rápida y crípticamente.

-Me está volviendo loco… necesito desahogarme de verdad… y no tenía a quién recurrir. Nadie lo entendería…

-¡Eduardo, tranquilo! –lo frenó Salvador- ¿Qué te pasa?

Como no sabía cómo explicar todo lo que le pasaba por la cabeza, Eduardo pensó que lo mejor sería decirlo claro. Se mordió el labio con timidez, y finalmente confesó:

-Me he acostado con Cristian.

La revelación no pareció afectar en absoluto a su amigo, que se la quedó mirando con las cejas, finas y perfectas, alzadas.

-Vale… -fue su única respuesta.

Pero Eduardo aún parecía estar a punto de echarse a llorar en cualquier momento. Salvador no lo entendía. Había dado por sentado que Cristian y Eduardo llevarían semanas acostándose. ¿Qué problema había? Entonces, se le encendió una bombilla.

-¡Ah! ¿Y… no te gustó? –inquirió- ¿Y entonces necesitas que te ayude a romper con el?

-No, no es eso –dijo su amigo con un hilo de voz- Ha sido mi primera vez… con un hombre…

-¿En serio?

Mentalmente se llamó tonto por hacer una pregunta así. ¡Claro que era su primera vez! Estaba tan convencido de que Eduardo era homosexual desde que lo vio por primera vez que a menudo se le olvidaba que aquella forma de vida era nueva para el moreno.

-¡Oh, no! –exclamó Salvador- ¿No te gustó y no sabes cómo decirle a Cristian que no te gustan los hombres?

-¡No, no! ¡Más bien al contrario!

-¿Te gustó?

Eduardo asintió. El otro hombre se encogió de hombros con una leve sonrisa.

-Bueno, eso es bueno para ti y para Cristian.

-¡No, no lo es! –replicó Eduardo- Es un lío.

Ahora sí que no tenía sentido. Si todo había ido bien, ¿qué problema podía haber?

-¿Por qué? –preguntó con el ceño fruncido.

-Porque… ¡nunca me ha ocurrido antes!

-Bueno, alguna vez tiene que ser la primera…

Ante sus ojos, su interlocutor rompió a llorar. Salvador no se lo podía creer. Pestañeó asombrado y le preguntó:

-¿Eduardo, estás llorando?

-No… todavía no –el moreno se secó los ojos.

-¿Pero por qué? ¿Qué ocurre?

Eduardo le lanzó una mirada ofendida. La expresión de su cara angelical parecía querer decir “¿Cómo puedes no entenderlo?”

-No soy homosexual. O al menos nunca pensé que lo fuera. No puedo serlo.

¡Ah, conque era eso! Negación. ¡Todo un clásico! Salvador se preguntó cómo podía no haberlo reconocido antes, ya que muchos amigos suyos habían pasado por lo mismo. Por suerte, el nunca había tenido ese problema. Alcanzó un paquete de pañuelos de la mesita auxiliar que había junto al sofá y se los dio a Eduardo. Con la mano libre le acarició el hombro.

-Bueno… eso es discutible…

Aquella frase hizo llorar a Eduardo aún más y más fuerte. Aunque no era precisamente diplomático, a veces deseaba tener más tacto. Mas ya era tarde para morderse la lengua. Rodeó al otro hombre con los brazos y lo atrajo hacia así para hacerlo sentir mejor.

-¡Sssh, amigo, no pasa nada!

-¡Sí que pasa! –Eduardo levantó la voz- ¡Estoy confuso! ¡Y tengo miedo!

Salvador suspiró para sus adentros y le abrazó más fuerte mientras le frotaba la espalda. Había llegado el momento de hacer el papel de amigo y consolar aquel pobre chico tan confuso.

-¿Cómo lo descubriste tú? –quiso saber el recién iniciado, ya más calmado.

-¿Descubrir el qué?

-Que eras…

-Ah. Supongo que siempre lo supe –se encogió de hombros.

Eduardo lo miró fijamente con un brillo de incredulidad en sus tiernos ojos marrones. Ahora las lágrimas los habían teñido de un verde aceituna.

-¿En serio?

-Sí –asintió Salvador- Nunca me interesaron las mujeres. Por otro lado, siempre me fijaban en las chicos guapos.

-¿Y eso es todo? –exclamó el otro hombre- ¿Nunca te sentiste confuso? ¿Ni culpable?

-¿Por qué iba a sentirme así?

-No sé… yo sí lo estoy.

-Pues no deberías. No tiene nada de malo –Salvador se frotó la nuca- A mí me pareció algo totalmente natural.

-¿Y qué hay de la presión social?

Aquel comentario arrancó una risotada a Salvador.

-, Amigo ya me conoces: normalmente no me importa lo que piensen de mí.

-¿Ni siquiera tus mejores amigos ni tu familia?

-Son mis amigos –Salvador alzó los hombros- Me deberían querer pase lo que pase, igual que mi familia. Bueno, a mi padre no le hizo mucha gracia, pero acabó por aceptarlo. Y mi madre lo sabía antes que yo…

-Creí que habías dicho que siempre lo supiste –Eduardo frunció el entrecejo.

-Bueeeno… siempre supe que no me gustaban las mujeres. Cuando eres pequeño, ni siquiera sabes que existen los homosexuales, así que supuse que me quedaría solo durante toda mi vida y acabaría viviendo con cinco gatos. Luego apareció Irving…

-¿Y te acostaste con el sin saberlo?

-¡Qué va! Éramos amigos y de vez en cuando nos quedábamos a dormir el uno en casa del otro –aquellos intensos ojos verdes miraron hacia arriba al recordar la época- Y a veces compartíamos la cama y nos dábamos besos y abrazos. Entonces me di cuenta de que con el me gustaba hacer todo eso que hacían mis amigos con chicas y yo creía que detestaba. Después, pasados unos años, sí que nos acostamos.

-¿Y qué pasó?

-Se lo dijimos a nuestras familias y lo llevaron bien… pero luego me dejó cuando se enamoró de una chica –suspiró.

La naturaleza empática de Eduardo le hizo alargar el brazo para rozarle el brazo a su amigo con ternura.

-¡Vaya, lo siento mucho!

-Da igual –sonrió Salvador- Por eso, no salgo con bisexuales.

-Te entiendo. Pero para mí es totalmente distinto… nunca me han gustado los hombres. Sí me doy cuenta de que una chico es guapo, pero nunca me habría planteado acostarme con el.

-¿En serio? –exclamó su interlocutor- Porque, siento decírtelo y espero que no te lo tomes a mal… pero me he fijado en cómo miras a las chicos a veces, y eso no lo hacen los heterosexuales.

El moreno se encogió de hombros avergonzado. El comentario de su amigo parecía hacerlo sentir incómodo.

-Bueno, yo creo que los cuerpos de hombre son muy bonitos y me gusta observarlos…

-Pero besaste a Cristian. Más de una vez.

-¡Besar no tiene nada que ver! –Eduardo jugueteó con sus manos- Puedes besar a alguien sin que signifique nada…

-¿Significó algo para ti cuando besaste a Cris?

-No lo sé… es mi amigo y me gusto mucho. Podría ser sólo amistad.

Salvador percibía el miedo en su voz. Estaba nervioso. No, nervioso se quedaba corto… estaba aterrorizado. Y Salvador estaba convencida de que si estaba tan asustado, era porque había atinado en el punto exacto.

-Enrollarse con alguien no es un gesto de amistad, Eduardo.

-Bueno, ¡a veces los amigos se enrollan sólo por diversión! ¡No es para tanto!

No se enteraba de que estaba levantando la voz. Salvador estaba aún más convencido de que iba por buen camino. Si Eduardo tenía tanto miedo y le costaba tanto formar argumentos para replicarle, sólo podía significar una cosa: empezaba a darse cuenta de que tenía razón. Ya sólo quedaba encontrar la manera de que lo aceptara de una vez por todas.

-¡Eh, relájate! –la voz de Salvador se suavizó- No te estoy juzgando. Sólo dime una cosa… ¿te gustó enrollarte con el?

-Bueno, sí… -Eduardo se rascó la nuca sin mirarle a los ojos- Pero enrollarse con alguien siempre es emocionante.

Salvador suspiró. Si no dejas las evasivas, no podré ayudarte, pensó.

-¿Te gustó besarlo?

-Sí…

-¿Más que besar a una mujer?

-¡Salvador! ¡Eso no es justo!

-Contesta a la pregunta.

El moreno inspiró. Para satisfacción de Salvador, la tensión se desvanecía de su cara lentamente.

-Bueno… era más rasposo… y dulce a la vez…

¡Premio! Salvador sonrió. Sabía que el hielo empezaba a derretirse.

-¿Qué sientes por el?

-¡Salvador!

-Contesta a la pregunta.

Silencio. Después, se pasó una mano por la preciosa melena oscura y, con la vista en el suelo, respondió:

-Sinceramente, no lo sé. Me encanta estar con el. Me gusta mucho, ¿sabes?

-¿Lo quieres?

-¿Cómo voy a saberlo? –Eduardo le lanzó una mirada.

-No sé. Digamos… ¿arriesgarías tu vida por el?

Eduardo arqueó una ceja, escéptica. Había ido demasiado lejos.

-Lo sé, es un mal ejemplo –Salvador se mordió el labio- Veamos… ¿piensas a menudo en el?

-Pues sí, pero pienso en todos mis amigos muy a menudo…

-Ya sabes a lo que me refiero. ¿La echas de menos cuando no está?

Con los ojos cerrados y apretados, asintió. Verlo luchando contra las lágrimas otra vez casi le partió el corazón. ¿Estaría siendo demasiado duro? El sólo quería ayudar a su amigo…

-Mhm, entiendo. ¿Te duele imaginártelo enrollándose con otra persona?

La respuesta de Eduardo fue encoger los hombros, nervioso.

-¿Por qué iba a dolerme? –preguntó con voz temblorosa- Tampoco somos una pareja de verdad ni nada; sólo llevamos un mes saliendo y experimentando…

Salvador interpretó su manera de hablar a trompicones como una señal de que se iba acercando al meollo. Y el ver aquellas grandes esferas marrones moviéndose en todas direcciones menos hacia el, le pareció una pista más.

-¿Te gustaría que fuera tu pareja?

-¡No!

-¿Seguro?

-¡Es mi amigo! –gimió Eduardo.

-Olvídate de todos los aspectos morales por un momento. ¿Te gustaría ser algo más que amigos?

El moreno se encogió de hombros nuevamente, sin querer responder. Salvador decidió que había llegado el momento de buscar otra manera de hacerse entender.

-Bien –suspiró- Hablemos del sexo. ¿Te gustó?

Si las miradas mataran, se habría desplomado en aquel instante. Pero se mantuvo firme.

-Eso no me ayuda, amigo. No puedo hacer nada por ti si no eres sincero conmigo.

-Vale –Eduardo tomó aliento- ¿Sabes qué? Ése es justo el problema… sí me gusto. Y mucho.

Eso era lo único que necesitaba saber. Con el corazón acelerado, le tomó las dos manos a su amigo y miró directamente a sus ojos. Tragó saliva antes de pronunciar la pregunta más comprometida de todas.

-¿Te gustó más acostarte con el que con las mujeres?

En lugar de salir huyendo y gritando u ofenderse, Eduardo entrecerró los ojos y se paró a pensar. Su amigo se vio gratamente sorprendido por este cambio de actitud.

-Pues… -empezó Eduardo- Con las mujeres… nunca me fue muy bien. Siempre tenía la sensación de que faltaba algo. No sentía que les importara, ¿sabes? Pero anoche con el fue distinto. Fue increíble, y mágico. No tuve que decirle nada; el sabía dónde y cómo tocarme… y yo también.

Salvador asintió. Se sentía perfectamente identificado con todas las emociones que Eduardo había descrito al hablar de hacer el amor con un hombre. Le acarició y apretó las manos con ternura y, midiendo sus palabras, le dijo:

-Amigo, siento decírtelo tan a lo bestia… pero no eres hetero. Al menos no del todo.

Como había predicho, Eduardo se echó a llorar de nuevo, aún más que antes. Su amigo lo abrazó y le dejó utilizar su hombro. Notaba cómo temblaba en sus brazos.

-¿Qué voy a hacer ahora? –hipó.

-No pasa nada –lo meció Salvador- No tiene nada de malo. Ahora simplemente podéis empezar una relación más seria, si eso es lo que queréis.

-No puedo…

-¿Por qué no?

-Es demasiado… no podría soportarlo.

-¿Por qué no?

Eduardo levantó la cabeza para mirar a su amigo a la cara, que aún lo rodeaba con sus brazos. El tono verdoso de sus ojos, en lugar de esperanza, mostraba auténtica desesperación.

-Porque a mí sí me importa lo que piense la gente. ¿Sabes lo duro que va a ser esto para todos los que me conocen?

-O puede que no. Algunos podrían sorprenderte.

-Tengo miedo…

-Sssh, es normal. Todos lo tenemos al principio. Mejorará con el tiempo.

-No, no mejorará. No voy a dejar que vuelva a ocurrir.

-Eduardooo, no puedes hacer eso.

-Sí que puedo.

Salvador sacudió la cabeza.

-Lo has probado y te ha gustado. Créeme… no volverás a ver a los hombres de la misma manera por más que lo intentes. No puedes luchar contra tu verdadera naturaleza.

-Entonces, ¡ojalá no lo hubiera hecho! –Eduardo se zafó de su abrazo, enfurecido.

-¡Oye! ¿Por qué?

-Porque… ¡me va a cambiar la vida! Y no quiero que cambie. Me gustan las cosas como están. Sólo ha sido un error.

-Puedes verlo como un error… o puedes verlo como la mejor decisión que has tomado en tu vida. Quizás fuera lo que siempre habías querido, pero no lo sabías.

Sus palabras hicieron pensar a su amigo un momento. Pestañeó suavemente y, después de un rato, contestó:

-Pero eso es imposible. Yo siempre he querido una familia, Salvador. Siempre he querido casarme y tener hijos.

-Bueno, eso también lo puedes hacer con un hombre –observó al otro.

-Pero no quiero… está mal…

Salvador puso los brazos en jarras y fulminó a su amigo con la mirada. Esa clase de comentarios siempre conseguían ofenderlo.

-¿Por qué iba a estar mal? Lo importante en una familia es el amor. ¿Por qué iba a ser malo que dos personas que se quieren, sea cual sea su sexo, se juntaran y tuvieran hijos a los que quieren y cuidan? ¿Sólo porque unos cuantos gilipollas los miren mal?

Eduardo se sintió culpable por haber insultado a su amigo, pero era demasiado orgulloso para disculparse, así que apartó la mirada. No obstante, lo que Salvador le acababa de decir le daba vueltas a la cabeza. El otro hombre le sujetó la barbilla para obligarlo a establecer contacto visual y se acercó más a el.

-Estoy seguro de que éste no eres tú. Es tu miedo el que habla. ¡No tiene sentido! Pero te entiendo, y sé que estás asustado. Siempre es difícil darse cuenta de que eres diferente a los demás. Pero hoy en día la sociedad es más abierta…

-No, no es eso –el moreno suspiró y bajó la vista- No me preocupa la sociedad. Me preocupan mis amigos y familia… y yo mismo. No me reconozco.

-Sólo estás asustado –Salvador le dedicó una sonrisa amistosa- Y confusa. Es natural. Pero por favor, no te alejes de Cristian. Sé que le gustas mucho, y tenéis mucha química; ¿por qué echarlo a perder? No estáis haciendo daño a nadie, ¿no?

Eduardo no reaccionó, pero Salvador veía que se lo estaba replanteando todo. La forma en que lo miraba y se mordía el labio le indicaba que sólo necesitaba un poco más de apoyo.

-Todo os va a ir bien –le acarició el brazo tiernamente- Te preocupas demasiado.

-¿Estás seguro?

-¡Por supuesto! Además, amar a Cristian no te convierte automáticamente en homosexual. A lo mejor sólo eres bisexual –hizo un esfuerzo por no pronunciar esa última palabra con desprecio- Quién sabe, quizás en un año estés con una mujer. Date tiempo.

Tras una larga pausa, Eduardo sacudió la cabeza de nuevo.

-Tengo miedo.

-No lo tengas. Ya verás que no es un cambio tan drástico. Los que te quieren te seguirán viendo tal y como eres y continuarán a tu lado.

-Espero que tengas razón…

-Sé que la tengo.